Es evidente que la democracia, como cualquier diseño de convivencia entre multitud de personas con formas de opinar diferentes, es necesariamente imperfecta, pero es un hecho aceptado que es el mejor de los imperfectos sistemas de gobierno. La utopía en la que toda decisión es acertada y además aceptada por la totalidad de los administrados es, solamente, una utopía imposible.
Pero la democracia permite a la totalidad de los ciudadanos participar, por unas u otras vías, agrupándose en organizaciones, en la configuración de las decisiones de la sociedad, de modo que el gobierno de los representantes de la mayoría aproxime la posibilidad de alcanzar un mayor acierto.
Eso es la teoría, pero para que esa teoría funcione correctamente debe existir un circuito en la formulación de las propuestas que asegure que quienes gobiernan desarrollan un programa de acciones diseñado en busca del interés general que ha sido sometido al proceso de elección por la ciudadanía.
Ese circuito debería tener unas fases definidas:
1ª Formulación de las ideas, por parte de las agrupaciones de ciudadanos (partidos políticos) mediante un estudio detenido de los problemas y bajo una perspectiva ideológica conceptual concreta.
2ª Comunicación explicada de esas ideas a la generalidad de la ciudadanía. Son las campañas electorales
3ª Elección por la generalidad de la ciudadanía de las opciones mayoritarias.
4ª Ejecución y desarrollo de esas ideas por el o los partidos mayoritarios. El gobierno. Y, en paralelo, control por los partidos de la oposición de la ejecución de esas ideas en interés del bien común.
Para que esas fases funcionen se necesita que los partidos políticos sean verdaderos centros de pensamiento que cumplan con la 1ª fase antes indicada, en la que se configuren las opciones ideológicas en función de la evolución de la realidad económica y social. Los partidos deberían contar con un “think tank” permanente y potente que asegure que las propuestas de solución no sean meramente una respuesta preconcebida desde ideas ya trasnochadas y fuera de la realidad.
Esos “Think tank” diseñarán políticas que la mayoría de la sociedad apoyará o rechazará según estime que es conveniente en cada momento, haciendo realidad la voluntad mayoritaria y el gobierno de las mayorías.
Este esquema teórico se corrompe cuando se producen las siguientes lacras en el sistema:
a) Inexistencia o desvirtuación de los “Think tank”. Esto conlleva necesariamente que las ideas no se elaboren de forma reflexionada y no se preparen para ser propuestas a la ciudadanía. Los programas de los partidos se convierten en colecciones de mensajes estandarizados, predefinidos en un pasado lejano y que se repiten hasta la saciedad elección tras elección conformando unos modelos rígidos y alejados de la realidad.
Las viejas ideologías se anquilosan, pierden sentido de la realidad y se alejan de la posibilidad de ofrecer soluciones eficientes a los problemas del presente.
b) Populismo. Ante la falta de mensaje generado y estudiado en los think tank, se opta por “comprar” mensajes “populistas”. Se trata de ideas de corto recorrido pero muy eficaces en su comunicación pública que son introducidas en la denominada “opinión pública” por grupos de interés organizados (grupos extremistas, grupos editoriales, lobbies mediáticos, etc…). Los partidos políticos ya no diseñan sus programas como propuestas propias para solucionar los problemas de la sociedad, sino que incorporan a sus rancios programas banderines de enganche para captar votos, con la única finalidad de gobernar, no de desarrollar un programa de gobierno. Lo importante pasa a ser “que gobiernen los nuestros”, conseguir el apoyo mayoritario. El populismo deriva necesariamente en:
a. Falta de cualificación de los políticos, pues los miembros más cualificados de la sociedad no quieren participar en esos juegos.
b. Instrumentalización de las herramientas del poder. Los gobernantes ocupan una gran parte de su tiempo en utilizar aquellos instrumentos del poder que sirven para incentivar su reelección, no ocupándose de gestionar los problemas de la sociedad.
c. Distraimiento de recursos públicos en programas de gasto que no tienen nada que ver con los problemas reales de la sociedad pero que sirven para cumplir con los “banderines de enganche”.
d. Aumento de la abstención. La sociedad se cansa de los políticos, los ve cada vez más alejados de sus problemas reales.
e. Aumento del peso político de los extremismos. Los votantes extremistas son más fieles a seguir votando, precisamente por su radicalidad, ganando peso en la ponderación de voto y empeorando el problema del populismo.
El populismo consiste en averiguar qué mensaje te van a comprar y prometerlo, aunque no se sepa cómo ejecutarlo ni, tan siquiera, si es bueno ejecutarlo.
Lo malo es que es un mal contagioso, no sólo lo padecen los partidos extremistas, que siempre son populistas, sino que los partidos no extremistas caen en seudo populismos, para no dejar las banderas de enganche en manos exclusivas de los extremistas, y acaban corrompiendo el principio democrático.
Un populismo muy recurrente es el nacionalismo (sea del cariz que sea, centrípeta o disgregador). Enrollarse en una bandera como único programa es la mayor demostración de la falta de programa. Los partidos nacionalistas convierten el grupo, “su nación”, en la justificación de cualquier política porque sirve para acceder al gobierno recurriendo a los sentidos más primitivos de los ciudadanos. Recurren a la desculturización como caldo de cultivo donde aumentar la base de su populismo, aunque tengan que establecer programas de educación que reescriben con líneas torcidas la historia. Los nacionalistas disgregadores no defienden la descentralización como una más eficaz estructura de gestión. Son rupturistas, porque crean un enemigo exterior al que imputar los males de la sociedad, no preocupándose de solucionar los problemas reales sino incluso a veces preocupándose en crear más, a fin de estimular la reacción nacionalista que les sostiene en el poder.
En conclusión, los partidos políticos deberían preocuparse en revitalizar sus atrofiados “think tank”, trabajar la problemática real de los ciudadanos y ajustar sus programas a la solución de esa problemática. Ese es el camino para recuperar la vitalidad de la democracia y no seguir en una deriva populista.
Fdo. Jurista pasmado
Septiembre 2022